jueves, 4 de febrero de 2010

Bacán



Orfeo Rodríguez acaba de enviudar. No ha tenido hijos con ninguna de sus esposas. Su pariente vivo más cercano es un primo de su madre con quien nunca tuvo trato. Está completamente solo. Ni amigos tiene. No tiene interés en ello. Orfeo Rodríguez decide viajar.

-Si es posible, dar la vuelta al mundo.

En el avión, mientras una azafata pelirroja, de una belleza exótica, una muchacha simpática o como sea, le sirve un vaso de whisky, Orfeo Rodríguez sueña con una puta descabezada. Se sobresalta y se golpea la cabeza.

Una contusión, una pequeña hemorragia.

De inmediato, la misma azafata lo asiste. Orfeo Rodríguez cede a un impulso descabellado y la besa. Fuerte. Con ahínco. Le aprieta las mandíbulas con las manos y, con los dientes y la lengua, la obliga a separar los labios. La atraganta con su lengua musculosa y sorbe su aire y su saliva. El espectáculo sorprende a los pasajeros. La risa es unánime, después del sopapo. Orfeo Rodríguez siente una vergüenza atroz. Corre hacia el baño y se encierra. Cubre prolijamente la tabla del inodoro con varias hojas de papel higiénico. Se quita los pantalones y se sienta confortablemente. No suele hacer ruidos. Por lo que su mierdosa actividad no distrae sus ideas homicidas. Cierra los ojos un momento y ve a la azafata desnuda y partida en bloques. Desarmada como un puzle sobre una mesa. Juega con sus partes. La desordena. Invierte el sexo y la boca. Un pecho y una rodilla. Se coloca su cabellera y la tapa del cráneo a modo de peluca. La besa frenético. Lame sus ojos y escarba su nariz con la punta de la lengua. Se quita el pantalón. Sube a la mesa y monta su culo sobre ella. Defeca en su sexo que ahora ocupa el lugar de su boca. Unos golpes brutales distraen a Orfeo Rodríguez de sus pensamientos.

-¿Se encuentra bien?

Orfeo Rodríguez reconoce de inmediato la voz pelirroja.

-Un minuto.

-Necesitamos hablar con usted.

Orfeo Rodríguez se supone alucinando. Transpira de un modo grosero. Huele rancio. Respira con dificultad. El picaportes se agita con intensidad y la puerta cede violentamente. Entran la azafata pelirroja y otra morena, mucho más alta y fornida. Se mueven veloces. Lucen temerarias. Apenas les falta un poco de espuma en la comisura de los labios y la mirada amarilla y bien podrían ser muertos vivos. La azafata morena cierra la puerta y acciona la traba. La pelirroja se agazapa sobre Orfeo Rodríguez y lo lame a lo largo del rostro. Orfeo Rodríguez tiembla. Siente demasiado calor. Las azafatas lo acarician. Lo besan. Orfeo Rodríguez no puede emitir sonido alguno. Permanece impertérrito. Espantado y confundido. Justo cuando las paredes del baño comienzan lentamente a deshacerse, su visión se torna nebulosa. Las azafatas ríen a carcajadas, aunque suenan más bien como hienas o panteras en celo o como harpías poseídas por un demonio búfalo. La pelirroja presiona fuerte su entre piernas a la vez que le da un buen mordisco en el cuello. En un breve acceso de dolor y lucidez, Orfeo Rodríguez intenta zafarse; pero las azafatas lo golpean con saña.

-Esto no puede estar sucediendo.

Pero el dolor es tan real.

Sea o no una pesadilla, Orfeo Rodríguez está ahora completamente arrepentido de haber besado a la azafata intensa, húmedamente, cediendo a unos impulsos ignotos hasta ese momento. Las azafatas le propinan una golpiza brutal. La pelirroja luce intimidatoria en sus curvas y en su mirada, a veces en sus amaneramientos. La morena es pura fuerza física. Es de una animalidad fantástica, hercúlea, una mole oscura, pétrea y sin espíritu. Puñetazos. Patadas. Uñas y dientes. Una maraña humanoide de elementos de tortura se agazapan sobre Orfeo Rodríguez y no sólo lo despellejan y lo desangran sino que lo descuartizan.

Hay un avión que nunca llega.


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