jueves, 4 de febrero de 2010

Mafia


Es temprano, porque últimamente siempre es temprano. Es temprano y gris y si no es frío es algo parecido. No es calor y niebla, casi no llueve aunque llueva; pero no llueve. Es temprano y gris y si bien no hace frío y no llueve, pareciera. Es un cuadro gris. Me levanto temprano; pero más tarde que ayer. Me permito esa licencia. Qué atrevimiento. El desayuno ya está listo. El hostel está listo. El contingente de adolescentes uruguayos permanece horizontal. Un silencio acogedor y húmedo es todo el escenario. Un silencio antiguo con espectros por todos lados. La casa llena de gente. La gente llena de casos. Y todos los casos sin resolver. Un policial negro; pero no tanto. Un tanto gris oscuro. Ya ni gris perla. Ojalá.

El caso es que finalmente amanece para los uruguayos. Lo de siempre. Lo de estos días. Bullicio. Risas. Alaridos juveniles. Aire fresco y lleno de vicios, vicios de juventud, lleno de gritos y vicios y juventud. Demasiada juventud. Anoche vino la policía de tanta juventud.

El caso es que finalmente amanecen. Van. Vienen. Desayunan. Otros no tanto. Otros piden más medialunas. Se asean. Conversan. Caminan. Preguntan. Se van.

Viene Pablo temprano y tomo mate y toma té. Me trae las flores que le pedí y me corta el pelo. Me corta el pelo corto; pero no tanto.

-No quiero parecer un maricón.

-Sos un maricón.

-Pero no quiero parecerlo.

Me corta el pelo y llega Joel. Joel viene a por las flores. Es llenito, con rulos, casi gótico. Da clases de batería. Habla bajo, entre dientes, como temiendo sus propias palabras. En general, no habla mucho, no somos amigos, no tiene ni quiero tema de conversación. Me apuro a darle las flores, se las deslizo por la mesa resbaladiza en una hoja A4. Dentro de la hoja doblada a la mitad, el sobre plástico con las flores. Lo toma. Lo mira mal. Pablo me corta el pelo y yo tengo una toalla de manos enrollada alrededor del cuello, cubriéndome los hombros. Me protege de mis propios cabellos. Protege a Astroboy en mi remera. Me protege de mí. Joel mira las flores con desconfianza. Las guarda en su morral de lana de alpaca en tonos marrones. Atraviesa el morral sobre su sobretodo negro o lo que sea. Sonríe sin ganas. Habla de esto o lo otro y pregunta cómo puede hacer si quiere más. Le comentamos que hasta abril no hay más. Se queja de la cantidad.

-Son flores.

(Este se piensa que está en los noventa.)

Sigue hablando de otra cosa, como si nunca se hubiera quejado. Dice que está apurado. Y no lo lamentamos. Sale.

Me siento Robert de Niro en Los Intocables.

Mi barbero me empareja los bigotes.

Sacudimos los pelos.

Barremos.

Me miro en el espejo.

Me gusta lo que veo.

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