jueves, 4 de febrero de 2010

Notas en el cuaderno de la amiga de Ignacio


Ansío terminar este relato. Paso días y noches enteras sin dormir. Camino en la calle, entre las gentes. En el Parque Zoológico, en el Jardín Botánico. Visito el Jardín Japonés, el aeropuerto, la Reserva Ecológica junto a la Costanera Sur. Como un choripán. Tomo un bondi y me bajo en el M.A.L.B.A. Conduzco una bicicleta acuática en los Lagos de Palermo. Subo a un tren y me bajo en cualquier lado, cuando anochece. La estación es Plaza España. Camino un poco en la penumbra. Me pierdo. Me asaltan. Me pegan. No me violan. Me roban las zapatillas y la remera. Pienso que puede ser una experiencia enriquecedora para el relato. Me animo. Vuelvo a casa descalza, en corpiños, haciendo dedo. Me levanta una familia de mormones. Nada que decir. Me dejan en el Obelisco. Mientras camino semidesnuda por Buenos Aires, se desata una tormenta. El cielo violeta, apelmazado, se desborda. Corro, me rasgo la pollera y pierdo parte de la prenda. Llego a casa casi desnuda, empapada, con los pies ensangrentados. No importa el dolor. Nada importa más que el relato, que ya casi se desprende de la punta de mis dedos. Me desnudo. Subo las escaleras. Corro a la habitación. Enciendo rápido el velador y el computador. Escribo el cuento. Cuento la historia. La historia es una mierda. Que no dice nada de mí. Que no dice nada de nada. La insulto. La escupo. La borro. Unos tragos no vienen mal. Por suerte, llega Ignacio y pela la bolsa y me salva.

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