jueves, 4 de febrero de 2010

Ruidos molestos


En realidad es Etel, que me mete ideas en la cabeza. Ellos son buenos pibes. Son de buena familia. Yo los conozco. Son pibes. Pero Etel no entiende. Últimamente, menos que antes. Ha de ser la edad, las hormonas, no sé bien cómo es. Yo no entiendo mucho de mujeres. Etel fue la primera y la única. No soy un hombre pretencioso. Cuando era pibe, era muy feo y por eso las pibas no me prestaban atención. Morocho, bajito, desgarbado. Me iba bien en la escuela y me llevaba mal con mis compañeros. Así que la primera que se interesó en mí me pareció ideal. Ya van treinta años. Ahora la cosa es distinta. Pero a mí no me interesa cómo es ahora. Yo la cuidé antes y la cuido siempre. Si a ella le molestan los ruidos, yo voy y les hablo a los pibes. Les toco el timbre y les hablo bien. Después de todo, somos vecinos. Yo trato de cuidar las formas. Además, ellos tienen el setenta por ciento de la propiedad y el pibe es hijo de una ministra de no sé qué cosa de no sé qué provincia. Tampoco es que nos podemos hacer los locos. Pero Etel insiste. Ella insiste. Que les vaya a hablar, que todas las noches lo mismo, que así no se puede vivir. En realidad, no es para tanto y tampoco es todos los días. Es una cosa de algunas veces por semana. Son jóvenes. Se reúnen. Están contentos. Nada del otro mundo. Pero Etel no puede dormir. No soporta el ruido. Cuando no es la música, son los gritos y cuando no gritan, arrastran las sillas. Ella dice que ya no puede más. Y está cada vez peor. El carácter, digo. Le está cambiando. Así que llamamos a la policía. Ya los llamamos tres veces esta semana. Y un día atrás del otro. Anoche la tuve despierta, llorando, toda la noche. Lloraba de bronca o de los nervios, no le entendí muy bien la explicación. Igual les fui a hablar a los pibes. Les expliqué la situación y entendieron. Estaban festejando un cumpleaños, me dijeron. Me pidieron disculpas y bajaron la música. Etel lloraba igual. No se quería dormir. Se anticipaba. Decía que apenas pegara un ojo, la iban a despertar. Le dije que me quedaba despierto yo y al primer ruido les iba a hablar en serio. Además, ya no tenía sueño. Ahí se calmó un poco más. Al final, durmió hasta el mediodía. Los pibes son buenos pibes, si yo no digo lo contrario. Nunca creí que los pibes tuvieran nada que ver. Es Etel, sea por la edad, sea por los nervios. Ella, que ya no puede pegar un ojo. Insiste con los pibes y los pibes y los pibes se fueron hace rato. No sé si de vacaciones o qué. Pero los pibes no están. No se escuchan hace tiempo. Meses, diría yo. Y Etel llora y llora. Etel, le digo, ya está mi amor, ya está, se fueron. Pero ella insiste, insiste con que todavía queda alguno arrastrando las sillas. Insiste con la música por las noches. Escucha gritos durante las siestas. Y hasta vio una piba por la ventana, la otra noche, que dice que la miró y se le rió en la cara y le hizo un gesto obsceno. Etel llora todas las noches. Ya no duerme nunca. Y yo tampoco, claro. Estamos los dos un poco nerviosos. Ella hace tanto ruido con sus lamentos y sus quejas y sus graznidos. Y golpea el techo con el palo de la escoba. Y sale a la vereda y va y les toca timbre. Nunca nadie responde. Nunca nada se oye. Pero Etel insiste. No sé si es la edad o alguna enfermedad hereditaria, porque al médico no la puedo llevar. Y no puedo llamar a nadie, porque apenas levanto el teléfono o intento salir de la casa, chilla como marrana y dice que se va a matar y ahí nomás agarra cualquier cosa y se empieza a hacer daño. Pero un día, cuando sale a tocarles el timbre a los pibes, tomo coraje, apago la luz y cierro la puerta con llave. Etel vuelve mascando insultos. Intenta entrar en casa, aunque no puede. Yo me escondo detrás de un saco, ahí nomás junto a la puerta, para que no pueda verme. Etel maldice a los pibes por haber matado a su marido de un infarto, dejándola en la calle. Grita que va a llamar a la policía. Llora. Grita nuevamente. Patea la puerta. Así con el drama, varias horas, hasta que un patrullero estaciona en la vereda, bajan dos oficiales y se la llevan a empellones. Etel patalea, grita, escupe groserías a los cuatro vientos. Pero se la llevan. Se va. Por fin se va. Y un silencio fúnebre.

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