jueves, 4 de febrero de 2010

Satan on a sunday hat

El sol es abrasador. El aire, irrespirable. Hay polvo en el aire. Casas amarillas, de techos amarillos, con jardines amarillos. Las puertas y las ventanas están abiertas. Un ovejero alemán devenido en costal de huesos estira el lomo y bosteza. Las babas cuelgan del hocico del can como un órgano más. El perro tísico tiene los ojos vacíos. No hay globos oculares en esas cuencas ni signos de vejación, como si siempre hubiera habido nada allí. Las partículas de polvo se duermen en el aire de la siesta. Sal. Silencio. Las llamas todo lo cubren en un santiamén. Es una ciudad de fuego. Una crisálida negra de ojos verdes desgarra los labios de un viejo y le agranda la sonrisa. El viejo cae seco y se deshace antes de alcanzar la arena. Exactamente en este momento debería suceder el silencio oceánico.



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